domingo, 1 de enero de 2012

4.2.3 Tratamiento de difuncion

    En la actualidad la estadística ocupa un lugar de gran importancia tanto en la investigación como en la práctica médica; en los estudios de medicina de cualquier país se incluyen varias asignaturas dedicadas a la estadística; es difícil, por no decir imposible, que un trabajo de investigación sea aceptado por una revista médica sin la utilización de técnicas y conceptos estadísticos en su planteamiento y en el análisis de los datos. Y sin embargo esta situación es bastante reciente, baste señalar que el gran auge de la utilización del método estadístico, tanto para la planificación de experimentos como para el análisis de los datos obtenidos, podemos situarlo en los trabajos de quien sin lugar a dudas se considera como el padre de la estadística moderna, Ronald A. Fisher (1890-1962), aunque su aplicación generaliza en la medicina tardó más en llegar. El comienzo de los ensayos clínicos aleatorizados en medicina, fundamentados en esos trabajos de Fisher, empiezan a despegar con Sir Austin Bradford Hill (1897-1991). Precisamente los editores de Lancet, comprendiendo la necesidad de difundir y explicar las técnicas estadísticas a los médicos, encargaron a Hill escribir una serie de artículos destinados a explicar el uso correcto de la estadística en medicina; artículos que posteriormente darían lugar a un libro, auténtico betseller del género, Principles of Medical Statistics, cuya primera edición corresponde a 1937, y la última a 1991. Esta evolución de la difusión de la estadística, va en paralelo con la de la ciencia en general y con la medicina en particular, cuyo gran desarrollo podemos situarlo en el siglo XIX. Tengo conocidos que todavía recuerdan que cuando eran niños han visto utilizar las sanguijuelas por los médicos para sangrar a los pacientes, o al menos eso dicen.
   Precisamente se citan los trabajos de un eminente médico francés, Pierre-Charles-Alexandre Louis (1787-1872), como uno de los primeros en aplicar el razonamiento científico en un trabajo de investigación sobre la fiebre tifoidea, en el que estudió la mortalidad en relación con la edad de los pacientes, el tiempo de estancia en París y la eficacia de las sangrías. También analizó numéricamente la eficacia de las sangrías en el tratamiento de la neumonía. Aunque su intención fue similar a la que actualmente guía los ensayos clínicos, su planteamiento, a la luz de nuestros conocimientos actuales, dista mucho de ser adecuado: los grupos escogidos no eran comparables y sus tablas contenían errores aritméticos de bulto, aunque sus conclusiones en cuanto a la falta de eficacia de las sangrías hoy sabemos que son correctas.

   La oposición a la utilización de procedimientos numéricos para el análisis de datos clínicos era entonces, y continuó siendo durante mucho tiempo, la "posición oficial", ya que se argumentaba que cada persona, y por lo tanto cada paciente, era un ser "único" y no podían existir conclusiones generalizables; se contemplaba la medicina más como un arte que como una ciencia. Incluso un investigador tan prestigioso como Claude Bernard (1813-1878) rechazaba la utilización de datos estadísticos, considerando la medicina como una disciplina fundamentada únicamente en la fisiología experimental de cada paciente individual. Este debate todavía habría de durar bastante tiempo.

   Aunque solemos situar el nacimiento de la ciencia moderna basada en la experimentación en el Renacimiento, es a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XX cuando se produce en Europa la denominada revolución industrial, comenzando en Inglaterra con el empleo de la máquina de vapor y la utilización del carbón como primera fuente de energía, que irá substituyendo poco a poco a los animales y a la mano de obra humana en diferentes tareas. Paralelamente asistimos al declive de los regímenes monárquicos, y a los comienzos de la difusión de la recogida sistemática de datos de tipo social y económico, de los cuales el propio Napoleón era un gran entusiasta, dada su pasión por las matemáticas, y su tremendo espíritu organizativo. Precisamente contó con gran número de matemáticos franceses en su tarea reformadora, entre los que hay que contar a uno de los padres de la teoría de probabilidades, Pierre Simon de Laplace, que fue profesor suyo, y a quien nombraría incluso ministro del interior en 1799, aunque sólo duró en el cargo unas pocas semanas, pero al que concedería la Legión de Honor en 1805.

http://www.seh-lelha.org/historiastat.htm

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